Y fue en ese momento en que nos miramos, nunca me había apartado así del latido de mi corazón, de mi propio pulso. Me sentía entumecido frente a tan profunda belleza. Tan absorto que olvidé pestañar y mi lacrimal se lleno por completo. Estaba emocionado y abrazado por una delicadeza y paz tan utópicas que las comisuras se elevaron inconscientes. Te acercaste, mi estómago se torció aún más. Comenzaste a recorrer mis clavículas con la punta de tu dedo, yema tibia suavizando cada hueso sobresalido hasta llegar a los labios. Estaba en una vorágine tan desenfrenada de placer que no me importó sentir la tierra en tus manos y el verde en tus nudillos. Me abrí al placer. Y en ese camino en subida, el tacto se convirtió en una experiencia sensitiva extáctica. Mis poros se ensancharon tanto que sentía que iba a explotar. Subiste. Tu nariz se tocó con la mía, las acariciamos brevemente. Espeleología nasal. Encontrar lo bello en un tabique desviado y en unas fosas di...