poesía pagana.

 Por Oruro, y de Oruro para toda América del sur.

Para mi abuelo y mi mamá. Que entre máscaras grotescas y poco didácticas, viajaban y desfilaban por las calles norteñas rozando el sur Boliviano. 

Tumulto de colores y pieles yana molleja, con los codos blancos raspados y ásperos, al ritmo de las quenas y sikus recorrían y se hacían presentes.

¡Orgullo nacional!

Enfrentando el bien y el mal hasta sanar de alegría, Dionisio estaría orgulloso (tos, tos)

Yo no es que me sienta parte, a veces soy un poco chinchi para las cosas festivas. Pero es que se me viene a la mente el aliento golpeando con la máscara endiablada de mi mamá (de la que iba en un futuro a serlo, claro.)

Música, risas, un par de chupacos dando vueltas, y la frecuencia energética vibrando al ritmo.

Por supuesto, Sí, Dionisio es el alma de la diablada de Oruro. Dionisio del altiplano, Dionisio chato y oscuro. 

Me voy en tren, me voy en tren (suena la campana de la estación mas cercana)

Diablos y diablas me persiguen, casi corriendo,  y aunque me den un poco de miedo, puedo sentir en las venas la felicidad estática de mis pasados y como aún se conserva la tradición.

Me voy en el ferrocarril, moviendo el pie al ritmo de la mística boliviana.

Extrañando costumbres ajenas pero cercanas. 

Me voy en el ferrocarril junto a los fantasmas de los diablos que alguna vez cruzaron suelo salteño, suelo argentino de familia, suelo mío. 

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