malena.

 Malena.

¿Sera que en este mundo ya no existe la felicidad?, ¿tan realistas son los seres humanos?. Parecen masoquistas te juro, con lo lindo que es alimentar el imaginario y volar de vez en cuando.

Entonces hablemos de Malena, a ver si cambias de color un poco.

Era un día nublado, de esos que están cubiertos por la niebla, y en el medio de la nada, en una cabaña de madera, se sentía el frío cruel.

Al frente del calefón,  estaba tocándose el pelo, reflejada por la brújula del termostato, no levantaba ni una sonrisa, no hacía ni una mueca, cara de póker Malena, media pila.

Las típicas frazadas del armario de la abuela, repletas de pelotitas de naftalina y un par de hojas de otoño, ahí estaba ella, envuelta, con las uñas despintadas, el vestido con cuello, y los labios hinchados.

Ponía un blues en la radio casetera, la de toda la vida, con el volumen a diez mientras abría la canilla para llenar la bañera.

La ventana empañada era una postal llena de pinos verde oscuros, una que otra mariposa y un par de flores blancas. Se veía en el espejo y tocaba con odio sus manchas blancas del cuerpo, todo culpa del vitíligo. 

Prendía dos sahumerios sobre la plancha de terracota y suspiraba hasta sumergirse completamente.

La música y el rechinar de las maderas eran los únicos sonidos del bosque. El tiempo bajo el agua no es tiempo. El cuerpo  se le volvía inerte y la autonomía de su espíritu le hacía ruido; no seas tonta Malena, es la libertad.

Qué raro ella trascendiendo en la ducha, una eminencia. 

Con el pelo mojado, casi como terapia, se apoyaba en el calefactor con una taza de café en la mano. Así sin azúcar, amargo como ella. Buscaba su cuaderno, y se ponía a escribir.

Mercedes ya le había dejado las botellas de leche en el porche, pero le daba una fiaca abrir la puerta, asique las dejaba enfriar con la helada de la noche.

Entre ovillos de lana y agujas de tejer movía la cadera al ritmo de la bossa. Qué lindo era verla desquitarse. Si tenía que gritar, gritaba. Era tan espontanea, que los viejitos del medio evo pensaban que estaba media loca.

A la hora de cenar, los tres gatos grises se subían a la última repisa de la biblioteca, mientras ella cocinaba la pasta; me río porque nunca le salía bien (risas y más risas)

Jugaba al cadáver exquisito y tiraba un par de risas paganas, ojo, hacia todo sola.

Como disfrutaba del ruido del silencio y de lo contradictorio 

En el rincón de la abuela, ahí en el sillón floreado, se sentaba tipo once pe eme a armar sus cigarrillos, dejaba tabaco por todo el piso, pero así era ella.

Se sentía azul Malena. Como una ola de virginia woolf, muy sumergida en el misterio del mar.

Tenía esas interminables expediciones al imaginario, quien sabe buscando qué.

Cuando veía la primera luciérnaga, se ponía el tapado de lana agujereado por las polillas, y salía a tocar los pinos. El tacto Malena, el tacto.

¿Quién era ella cuando nadie la veía?

Tirada en el pasto escuchando el ruido de la lluvia sentía que estaba en otra dimensión. El corazón negro no quiere decir que seas buena para nada.

Por las aberturas de las persianas desajustadas sentía como penetraban las miradas, no existe la privacidad. Que inocente, bienvenida a la realidad.

Salí de ese circo onírico que te está consumiendo.

Los miércoles a la mañana se fuma un cigarro y toma un vaso de leche fría. 

Una que otra lágrima se le salía, pero no tenía tiempo para cosas sin alma, asique se ponía esa pollera larga,  una polera bien gruesa y se iba a la playa con el walkman amarillo, su famoso cuaderno y dos rollos de canela.

Si alguien la viera bailando sola, se enamoraría al instante. Ella, la arena y la música.

Volvía recogiendo flores y un par de hongos, para dejarlos secar  y colgarlos en el marco del espejo.

Al final tan cliché no era. Perdón, me equivoqué 

Está mal Malena, se le ve en los ojos, viste que no brillan.

art by brunna mancuso.





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